Los niños y la liturgia: La iniciación litúrgica

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En las próximas columnas nos adentraremos en el apasionante mundo de la Iniciación en la Liturgia. En primer lugar, abordaremos algunas generalidades sobre la Iniciación Litúrgica, para luego comenzar a analizar la importancia de las Celebraciones de la Palabra en la iniciación litúrgica de niños.  En futuras entregas, más adelante, emprenderemos el tema central de la Eucaristía con niños.

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La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental. A menudo, sin embargo, la práctica catequética muestra una vinculación débil y fragmentaria con la liturgia: una limitada atención a los signos y ritos litúrgicos, una escasa valoración de las fuentes litúrgicas, itinerarios catequéticos poco o nada conectados con el año litúrgico y una presencia marginal de celebraciones en los itinerarios de la catequesis…  La catequesis litúrgica prepara a los sacramentos y favorece una comprensión y vivencia más profundas de la liturgia. Esta catequesis explica los contenidos de la oración, el sentido de los gestos y de los signos, educa para la participación activa, para la contemplación y el silencio. Debe ser considerada como una forma eminente de catequesis…

Directorio General para la Catequesis 30 y 71


La palabra liturgia viene del griego: leitos, del pueblo y ergon, acción. La liturgia busca establecer un contacto comunitario con Dios.  La liturgia es la cumbre a la que tiende la actividad de la Iglesia; por lo tanto, un elemento esencial de comunión con la Iglesia es la participación en la liturgia. La liturgia integra y actualiza las diferentes dimensiones de la vida cristiana.

Para que la liturgia asuma una auténtica fuerza activa y convocante, debe hacerse ver y gustar, probar y experimentar el misterio pascual. Urge recuperar el arte de celebrar la liturgia y el valor de lo simbólico.  Si la liturgia es el lugar que puede favorecer el contacto con el misterio, es fundamental otorgar una gran atención a la manera de celebrarla; acompañada de una catequesis permanente y recreada sobre los signos y símbolos litúrgicos.  La dimensión ritual y simbólica introduce al cuerpo y a los sentidos, estructurando la identidad del creyente.

Estamos necesitando una liturgia más convocante y acogedora; comunitaria y participativa; personalizada y personalizante; alegre y con sentido de fiesta; es decir, celebrativa. De esa manera, la liturgia se transforma en premisa, detonador, terreno de cultivo y meta de la catequesis.  Para participar en las celebraciones litúrgicas es muy importante conocer los símbolos y signos litúrgicos de manera conciente, de forma que hablen por sí mismos.

Debe existir un vínculo vivo y vivificante entre catequesis y liturgia, por una parte, y catequesis y comunidad creyente, por otra. Es preciso destacar con claridad el valor catequético de la liturgia: no sólo antes, sino dentro y a través de la celebración litúrgica.  Cuando se introducen elementos catequísticos en la liturgia, éstos tienen que conducir a aquello que la liturgia celebra en la fe; lo que necesariamente requiere una articulación más orgánica entre catequesis y liturgia.

En las columnas anteriores, observamos cómo la oración es la meta culminante de la catequesis.  En la vida de la Iglesia, cuando esta oración se hace comunitaria, se transforma en liturgia; es decir, la oración de la comunidad creyente que celebra públicamente la obra salvadora de Dios a través de su Hijo Único.

De esta manera, Dios nos da su Palabra o un gesto salvador (sacramento) y la comunidad creyente responde con un compromiso de adhesión y difusión del mismo (Liturgia).

La participación en la Liturgia, especialmente en la Eucaristía nos une al corazón de Jesús, nos da fuerzas para amar, nos hace desear la vida eterna y nos une a la Iglesia del cielo, a la Santísima Virgen María y a todos los santos. Todos los cristianos, incluidos los niños, somos depositarios de este sagrado don, que nos dejara Jesús, en memoria suya.

La liturgia necesita ser vivificada, redescubierta y re-apropiada, lo cual exige que sigamos realizando todos los esfuerzos posibles para unir el respeto al ritual con una sana libertad creadora, de modo que los actos litúrgicos resulten imbuidos de interioridad y de aliento.  Es la experiencia del rito y la fiesta que van ritmando la vida, reavivándola, celebrándola, haciéndola significativa.

La fe se hace vida cuando se celebra, dado que la celebración compromete a toda la persona: corporeidad, inteligencia, afectividad y voluntad. La iniciación litúrgica cultivará los valores humanos, de manera que los niños (gradualmente de acuerdo a su edad y condiciones psicológicas y sociales) abran su ánimo a la percepción de los valores cristianos y a los misterios de Cristo.

Una comunidad cristiana que da testimonio del Evangelio, que vive en fraterna caridad, que celebra los misterios de Cristo activamente, es una escuela óptima de educación cristiana y litúrgica para los niños y adultos que en ella participan y celebran.

De la Serie «Los niños y la Liturgia», columna 1.ª

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