La oración en familia III: Desde el nacimiento hasta el andar independiente

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La oración por el niño, la oración delante del niño, el comienzo de la actividad orante del niño

Hasta el momento del parto, según vimos, los padres y restantes miembros de la familia oraban por el niño. De ahí en más, van a poder formular su oración delante del mismo. Los padres “prestan” al bebé sus labios, sus manos y su cuerpo entero para expresar en su nombre la oración que suscita en ellos el Espíritu Santo. Cuando los padres oran con y por sus hijos, oran en el nombre de ellos; al margen de la estrecha relación consciente-inconsciente entre madre e hijo. La irradiación de su contacto con Dios actúa sobre el niño, orientándolo en silencio hacia Él. La oración en silencio es un manantial de gracia para el niño. 

Por otra parte, existen algunos medios que pueden favorecer la oración en estas edades tempranas. La oración de los padres se ve complementada con la búsqueda de todo aquello que pueda ayudar a aproximarse a una vida orante. Hay dos sentidos particularmente ricos a este respecto: la vista y el oído.

Dado que el bebé es capaz de fijar su mirada sobre el objeto amado desde que cuenta dos semanas (como el pezón y, más tarde, el rostro y los gestos de la madre) y que distingue ya buena parte de cuanto lo rodea a partir de los dos o tres meses, los padres pueden proceder de suerte que su mirada se fije sobre determinados objetos que enriquezcan su memoria en un sentido espiritual, colocando algún elemento religioso junto a la cuna, en lo posible frente al bebé y no encima. Conviene que lo objetos en cuestión sean a la par adecuados a la mentalidad infantil, sencillos, bonitos y respetados como tales por el niño.

Lo importante es que la imagen (cuando hablo de imagen estoy hablando indistintamente de una lámina, pintura o escultura) elegida sea del agrado de los niños y apropiada para la catequesis. Es decir: imágenes naturales, sobrias, sencillas y simples; en las cuales se privilegie más el gesto y la expresión de los rostros que la imagen en sí misma. Evitemos las imágenes recargadas, llenas de elementos, que distraen más de lo apropiado. Siempre será mejor colocar una imagen de Jesús Resucitado que una, del crucificado. La imagen del Buen Pastor también ayuda mucho. Busquemos que la expresión del rostro sea dulce y varonil, a la vez. También puede ser una imagen de la Virgen María en actitud maternal y acogedora o una cruz sencilla. Hay un segundo elemento que suele impactar a los ojos del niño: la luz; lo que conviene es que el objeto principal esté iluminado en el momento de la oración.

En cuanto al oído, el bebé bien puede ir internalizando tanto el murmullo de la oración de los padres como algunas canciones religiosas sencillas entonadas por su progenitores. Lo mismo sucede con canciones religiosas, salmos, ya sea entonadas con sus letras o, simplemente, tararear solo su música.

Acompañando al desarrollo del lenguaje, es aconsejable que el niño se acostumbre a repetir algunas palabras de connotación religiosa como Jesús, María, ¡Gracias Jesús!, ¡Te quiero, Jesús! ¡Aleluya!, etcétera; para ir descubriendo paulatinamente su significado, después de repetirlas una y otra vez.

La actividad orante del niño comienza desde sus primeros meses de vida, de manera embrionaria. Puede ser impulsado a entrar en relación con Dios. En ese sentido, distinguiremos dos modalidades: la oración a lo largo del día (ocasional) y la oración familiar (más organizada).

a) La oración a lo largo del día. Cuando el niño está solo con un adulto, este puede encontrar múltiples ocasiones para hacerle participar en sus propios impulsos hacia Dios. Sea una oración de alabanza, de petición o de acción de gracias que realice el adulto, el niño participará como por ósmosis, en una corriente de contagio mutuo. Las mismas reacciones de los pequeños suelen ser una fuente inagotable de alegría y de acción de gracias a Dios para los adultos.

b) La oración familiar. A no pocos padres les agrada hacer la oración en familia, en algún momento del día, incluyendo a los más pequeños en la misma. Este clima de oración, el ambiente que reina en su derredor, va penetrando de manera profunda e insondable en el niño. Cuando el pequeño sea ya capaz de sostenerse fácilmente sentado, podrá estar sentado sobre las rodillas de alguno de los miembros de la familia. El pequeñín puede ser, en fin, objeto de ciertos gestos de oración que captará sin dificultad, asimismo los gestos del pequeño pueden comprometer más a los mismos padres. Podemos afirmar que la oración en familia, en medio de su sencillez y con tal que la participación del pequeño sea breve y espontánea, lejos de resultar algo artificial y agobiante, responde a una capacidad real del niño.


“Sólo ante Dios y ante un niño, es capaz de arrodillarse un hombre”

Rabindranath Tagore


(De la Serie «Iniciación en la oración», columna 4.ª)

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