La oración en familia IV: A partir del andar independiente

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La oración con el niño, la oración del niño.

A lo largo de este último período que hemos analizado, las posibilidades de oración del niño han ido creciendo, conjuntamente con el desarrollo del lenguaje y la toma de conciencia progresiva de su personalidad. Los adultos juegan un papel todavía más importante, en cuanto el niño es, cada vez más, capaz de Dios.

Los adultos son mucho más aptos de lo que creen para reestablecer una vida de relación con Dios a partir de las experiencias en torno a sus propios hijos. Es cierto que muchos no saben cómo rezar o qué palabras decir, pero como decíamos antes: a rezar se aprende rezando. ¡Tengan la plena confianza que el Espíritu les indicará qué decir o hacer! La oración siempre es una fuente de bendiciones para todos.

La tarea de los padres consistirá esencialmente en vivir ellos mismos su fe de la manera más sencilla y lógica posible, contagiando a sus hijos el amor por Dios y la necesidad de hablar con Él. Por lo tanto, es muy importante que los hijos participen en la oración de sus papás. Todos los demás adultos que rodean al niño (abuelos, tíos, padrinos, etc.) también pueden desempeñar un cometido mucho más profundo, en la medida en que ellos mismos entren en relación amorosa con el Señor.


Bases de la actividad orante del niño

Hasta los 3 años la vida de oración del niño, tanto individual como familiar, evoluciona con rapidez, apoyada en su desarrollo psicomotor.

La oración del cuerpo

El niño experimenta una necesidad vital de moverse, de utilizar todo su cuerpo en todo lo que hace. Por eso, los gestos, el ritmo, el baile, el canto han de formar la base idónea para su oración, primero por mimetismo con los adultos y luego de forma cada vez más espontánea, incluso solitaria: aplaudir, levantar las manos y ofrecer palmas abiertas, son gestos que dejan su impronta en el pequeño, así como la señal de la cruz (más adelante, en otras columnas analizaremos más detenidamente los gestos sagrados).

El desarrollo mental

La explosión del lenguaje al que asistimos ante un niño que acaba de aprender a andar solo, la alegría que demuestra al valerse de tantas palabras nuevas, es una ocasión privilegiada para ayudarle a orar. Cuando el niño es capaz de hacerse entender con palabras, su oración va cobrando más sentido.

Con todo, lo esencial sigue siendo su actitud interior más que la cantidad de oraciones que pueda aprender de memoria. La curiosidad, el espíritu de observación y la asociación de ideas son elementos favorables por demás en orden a la vida espiritual. Todo lo que para el niño sea motivo de admiración puede ser motivo de alabanza, de acción de gracias a Dios por todo lo que nos regala.

El desarrollo del lenguaje y la gran curiosidad del niño crean en él una necesidad imperiosa de preguntar por todo. Comienza la edad de los por qué. En todo momento, conviene ser realista y dar respuestas adecuadas a los niños; mostrando a Dios como fin último de las cosas creadas.


Diversas ocasiones para orar

a) A lo largo del día.

Tomando en cuenta los diferentes elementos que hemos evocado, ya descubrimos que las modalidades de la vida de oración a lo largo del día pueden ser múltiples. Lo importante no es ponerse a hablar de Dios en cada momento sino vivir en su presencia.

La oración ha pasado a ser una alabanza al Señor, una acción de gracias cotidiana ante las menudencias y, a la vez maravillas, de la vida. En el transcurso de la jornada puede aprovecharse para agradecer a Dios por lo maravilloso del mundo que nos rodea. Esta acción de gracias puede ir acompañada por cantos apropiados que entonen juntos chicos y grandes.

Pueden darse diferentes maneras de expresarse: a veces, será mediante una serie de invocaciones breves y alegres (primero por iniciativa del adulto y luego por contagio del niño). Hay infinidad de temas, pequeños y grandes, en torno a los cuales es posible hablar de Dios y de Jesús. Asimismo, todos los signos y gestos que puedan acompañar las palabras, reexpresarán la experiencia de fe. De esta manera cada jornada puede ser muy rica en ocasiones para orar.

b) La “liturgia familiar”.

El niño muestra deseos de participar de manera activa en la oración que congrega a su familia; querrá unírseles e imitarlos. El niño sólo comprende el sentido general de esa reunión, pero percibe intuitivamente el valor de la misma (por tal razón no debe ser excluido). Al margen de que la oración familiar sea algo organizado o se improvise, lo que al niño le agrada es que los padres recen con él, y no que le hagan rezar: se trata de una actividad en común, sin maestros ni “vigilantes”. Claro está que habrá que adaptarse a las necesidades de los niños pequeños. Insisto cuanto más intervenga el cuerpo y los sentidos en la oración, el niño más se sentirá “atrapado” en la misma.

Al mismo tiempo; hay que tener en cuenta el carácter del niño, su ritmo personal, sus características individuales y su personalidad. La participación del niño pequeño en la oración familiar deber ser breve, alegre y sentida. Si la oración familiar se prolonga el niño podrá marcharse libremente. Lo fundamental consiste en la libertad que se le deje al niño, en el detalle de respetar su deseo o su rechazo; con ello su participación en la oración no obtendrá más que beneficios. A Dios se le descubre en la libertad y en el amor; no en la moral, la obligación y la culpabilidad.

c) Las ceremonias litúrgicas.

Muy pronto el niño tendrá ocasión de asistir y hasta participar en ceremonias litúrgicas como la Misa u otras festividades religiosas importantes (Navidad, Pascua, Pentecostés, Santo Patrono, etc.). En la Misa habría que mantener el mismo principio que en una reunión familiar de cierta importancia. Los niños pequeños suelen estar presentes participando en lo que pueden, realizando otra actividad o simplemente jugando. Lo que hay que procurar es que la presencia de los niños en la Misa no perturbe en demasía el desarrollo de la celebración. Es aconsejable permitirle al niño que se sienta cómodo en la casa de Dios; por esa razón podría llevar alguno de sus juguetes, hojear libros, dibujar, etc.

Como esta actitud puede molestar a algunos, es preferible asistir a las Misas de Niños, donde todos ya saben que dicha Misa va ser más “bulliciosa” y “movida” por la presencia de los mismos. Estas misas pensadas y organizadas en función de los pequeños, suelen ser fuente de bendiciones para los adultos.

De esta manera, concluimos que la familia es un lugar privilegiado del encuentro entre los niños y Dios. Los padres son antes que nada, servidores y mediadores entre Dios y el pequeño que Él mismo les ha confiado. Dios actúa a través de ellos, en ellos y por ellos. Lo importante es dejarse llevar por Él de modo que esta etapa lleve a los niños a despertar al espíritu de oración, a una relación directa de los niños con “su” Dios.


«Dios ama nuestras familias, a pesar de tantas heridas y divisiones. La presencia invocada de Cristo a través de la oración en familia nos ayuda a superar los problemas, a sanar las heridas y abre caminos de esperanza. Muchos vacíos de hogar pueden ser atenuados por servicios que presta la comunidad eclesial, familia de familias.

»… De importancia para toda su vida es el ejemplo de oración de sus padres y abuelos, quienes tienen la misión de enseñar a sus hijos y nietos las primeras oraciones…»

Documento Final de Aparecida, 119 y 441

 

(De la Serie «Iniciación en la oración», columna 5.ª)

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La oración en familia I

La oración en familia II

La oración en familia III

La oración en familia IV

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