Catequesis sobre la familia: La educación sexual (IV)

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Educación sexual

Respecto a la educación en la sexualidad, no existen unas normas generales, ni recetas universales, sino «orientaciones» que la Iglesia dona a la luz de la fe. Es tarea de los padres discernir cómo y cuándo. En este cometido tan delicado los padres cuentan con la gracia de estado, con la asistencia del Espíritu Santo, al que pueden pedir el don de consejo. Quizás más hoy que en el pasado, los padres descubren su misión y responsabilidad de educadores de manera casi análoga a la de los catequistas en el Camino Neocatecumenal, y a los formadores de los Seminarios «Redemptoris Mater». El presente documento insiste en una formación personalizada para cada hijo en los varios niveles de desarrollo; está claro que tal educación se tiene que adecuar al tipo de sociedad en que se vive, según la incidencia de tipos de publicidad y de información sexual que pueden ser más o menos precoces y provocantes. Queda siempre, pues, el deber de los padres de velar sobre cada hijo, sin dar nunca nada por descontado, para intervenir «tempestivamente» en el momento oportuno, en su lugar, dar una formación preventiva.


Seguir a los hijos en las varias fases del desarrollo

Los pasos en el conocimiento

A los padres corresponde especialmente la obligación de dar a conocer a sus hijos los misterios de la vida humana, porque la familia es «el mejor ambiente para cumplir el deber de asegurar una gradual educación de la vida sexual. Cuenta con reservas afectivas capaces de llevar a aceptar, sin traumas, aun las realidades más delicadas e integrarlas armónicamente en una personalidad equilibrada y rica» (S. h. 64).


Cuatro principios sobre la información respecto a la sexualidad

Ya que los padres conocen, comprenden y aman a cada uno de sus hijos en su irrepetibilidad, se encuentran en la mejor posición para decidir el momento oportuno para ir dando las diversas informaciones, según el respectivo crecimiento físico y espiritual.

1. Todo niño es una persona única e irrepetible y debe recibir una formación personalizada.

Puesto que los padres conocen, comprenden y aman a cada uno de sus hijos en su irrepetibilidad, cuentan con la mejor posición para decidir el momento oportuno de dar las distintas informaciones, según el respectivo crecimiento físico y espiritual.

La experiencia demuestra que este diálogo se realiza mejor cuando el progenitor que comunica las informaciones biológicas, afectivas, morales y espirituales, es del mismo sexo del niño o del joven. Conscientes de su papel, de las emociones y de los problemas del propio sexo, las madres tienen una sintonía especial con las hijas y los padres con los hijos. Es necesario respetar ese nexo natural; por esto, el progenitor que se encuentre solo, deberá comportarse con gran sensibilidad cuando hable con un hijo de sexo diverso, y podrá permitir que los aspectos más íntimos sean comunicados por una persona de confianza del sexo del niño. Para esta colaboración de carácter subsidiario, los padres podrán valerse de educadores expertos y bien formados en el ámbito de la comunidad escolar, parroquial o de las asociaciones católicas (S. h. 67)

2. La dimensión moral siempre debe formar parte de sus explicaciones.

Los padres podrán poner de relieve que los cristianos están llamados a vivir el don de la sexualidad según el plan de Dios que es Amor, en el contexto del matrimonio o de la virginidad consagrada o también en el celibato. Se ha de insistir en el valor positivo de la castidad y en la capacidad de generar verdadero amor hacia las personas, este es su aspecto moral más radical e importante; «solo quien sabe ser casto sabrá amar en el matrimonio o en la virginidad» (S. h. 68).

3. La educación en la castidad y las oportunas informaciones sobre la sexualidad deben ofrecerse en el contexto más amplio de la educación en el amor. En las conversaciones con los hijos no deben faltar nunca los consejos oportunos para crecer en el amor de Dios y del prójimo, y para superar las dificultades. «Disciplina de los sentidos y de la mente, prudencia atenta para evitar las ocasiones de caídas, guarda del pudor, moderación en las diversiones, ocupación sana, recurso frecuente a la oración y a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Los jóvenes, sobre todo, deben esforzarse por fomentar su devoción a la Inmaculada Madre de Dios» (S. h. 71).

4. Los padres deben dar esta información con extremada delicadeza, pero de forma clara y en el tiempo oportuno.

Saben bien que los hijos deben ser tratados de manera personalizada, de acuerdo con las condiciones personales de su desarrollo fisiológico y psíquico, teniendo debidamente en cuenta también el ambiente cultural y la experiencia que el adolescente realiza en su vida cotidiana. Para valorar que se debe decir a cada uno, es muy importante que los padres pidan ante todo luces al Señor en la oración y hablen entre sí, a fin de que sus palabras no sean ni demasiado explícitas ni demasiado vagas. Dar muchos detalles a los niños es contraproducente, pero retrasar excesivamente las primeras informaciones es imprudente, porque toda persona humana tiene una curiosidad natural al respecto y antes o después se interroga, sobre todo en una cultura dónde se ve demasiado también por la calle (S. h. 75).

En general, las primeras informaciones acerca del sexo que se han de dar a un niño pequeño no se refieren a la sexualidad genital, sino al embarazo y el nacimiento de un hermano o de una hermana. La curiosidad natural del niño se estimula, por ejemplo, cuando observa en la madre los signos del embarazo y que está a la espera de un niño. Los padres deben aprovechar esta gozosa experiencia para comunicar algunos hechos sencillos relativos al embarazo, siempre en el marco más profundo de la maravilla de la obra creadora de Dios, que ha dispuesto que la nueva vida por Él donada se custodie en el cuerpo de la madre cerca de su corazón (S. h. 76).

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