Conociendo a nuestros hijos: 6 a 9 años

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En esta etapa, conocida como la edad del uso de razón, suele tener lugar el despertar de la conciencia. A partir de ahora cobrará un nuevo protagonismo el medio escolar, pues su influencia se extenderá a todos los ámbitos, incluido el de la educación en la fe. Igualmente, el niño se adentrará en un nuevo entorno: la comunidad parroquial, donde se dará inicio a la preparación para la Iniciación Sacramental.

El niño vivirá estos años su religiosidad con gran naturalidad, aunque su dependencia de los adultos hará que sea una religiosidad muy tributaria del medio en el que se desenvuelve: si participa de «»“ambientes de fe” los asumirá plenamente; si los adultos de su medio circundante están lejos de la práctica religiosa, él también vivirá desde la lejanía sus incipientes compromisos de fe.

Los rasgos psicológicos de este nivel nos dicen que:

  • Nos encontramos ante una etapa psicológicamente tranquila; es esta una época feliz, donde el niño se abre a la vida con una gran curiosidad.
  • En cuanto al desarrollo de su inteligencia se inicia la capacidad razonadora y aparece el pensamiento lógico-concreto. El lenguaje se hace rico y expresivo, pues también aumenta su capacidad de comprensión y de escucha.
  • Predomina el sentido positivo: el niño se adapta bien a su entorno, suele ser fácil de conformar y no acostumbra a ser muy crítico con los adultos.
  • Su sociabilidad abierta le hace sentirse muy cómodo con los demás. El egocentrismo, típico de los años anteriores, va siendo superado. Ya distingue nítidamente entre realidad y fantasía.
  • En su trato familiar sigue siendo muy afectivo, aunque ahora los compañeros ocupan un lugar preponderante. Sus sentimientos se muestran muy cambiantes, pues se siente muy influido por las situaciones por las que atraviesa.
  • Vive con gusto las virtudes humanas: generosidad, compañerismo, sinceridad… Le gusta agradar a los adultos y que aprueben su conducta.
  • Es capaz de elaborar escalas de principios morales, al tiempo que ya posee conciencia clara de lo que debe regular en su comportamiento: es un momento ideal para la formación de hábitos.

Orientaciones educativas

Conforme la personalidad va aflorando, conviene estar atentos a las diferencias individuales, pues el tratamiento educativo será distinto con niños tímidos y distantes que con los emprendedores y extrovertidos, que todo lo expresan en acción exterior. 

Igualmente, ya empezarán a establecerse pequeñas diferencias en las maneras de expresar la religiosidad en los niños y en las niñas, sobre todo al final de este periodo, hacia los nueve años.

Entre otras destacamos las siguientes líneas metodológicas:

  • Necesidad de una estrecha colaboración entre los padres y los educadores: el niño necesita modelos referenciales de conducta. Familia y colegio deben ir juntos en el terreno de los criterios.
  • Trasmitir de manera elemental, pero no fragmentaria, los principales misterios de la fe y de la vida cristiana. Ir explicando el pecado como algo que ofende a Dios y a los demás.
  • Despertar actitudes de amor filial al Padre; imitar la vida oculta de Jesús: ofrecer el estudio, deseos de obedecer a los padres…; aprender a descubrir la presencia del Espíritu Santo en sus vidas: nos inspira, nos da fortaleza y alegría…
  • Valorar los sentimientos éticos y filantrópicos como medio de desarrollar la religiosidad, aprovechando ciertos momentos: Domund, Navidad, sentirse solidario en situaciones de catástrofes…
  • Momento idóneo para que el niño vaya superando el estar centrado solo en la oración de petición. Fomentar las acciones de gracias, las oraciones de alabanza a Dios y de petición de perdón.
  • Tiempo muy adecuado para que se vaya afianzando en las oraciones tradicionales. A estas edades la repetición no cansa, es más, da seguridad. Al terminar este tramo de edad debe conocer muy bien las principales fórmulas y oraciones de siempre.
  • Ver rezar a sus padres y a los seres queridos les afianzará en estos afanes. El Compendio del Catecismo nos recuerda: «La familia cristiana es llamada Iglesia doméstica, porque manifiesta y realiza la naturaleza comunitaria y familiar de la Iglesia en cuanto familia de Dios. Cada miembro, según su propio papel, ejerce el sacerdocio bautismal, contribuyendo a hacer de la familia una comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y cristianas y lugar del primer anuncio de la fe a los hijos» (Compendio del CEC, n. 350).

  

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