Evangelio del día: Por el camino de Jesús

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Lucas 9, 18-22. Viernes de la 25.ª semana del Tiempo Ordinario. La señal para entender si un cristiano es «un cristiano de verdad» es su capacidad de llevar con alegría y con paciencia las humillaciones.

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios». Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. «El hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Eclesiastico, de Sirac 3,1-11. 

Salmo: Sal 144(143), 1-4

Oración Introductoria

Señor Jesús, el Evangelio en muchas ocasiones menciona cómo sabías darte el tiempo y buscabas el mejor lugar para hacer oración. Ayúdame a aprender de Ti, que sepa darle siempre prioridad a mi oración.

Petición

Jesús, dame la luz y la fuerza para convertirme en un verdadero hombre/mujer de oración.

Meditación del Santo Padre Francisco

La elección es «ser cristianos del bienestar» o «cristianos que siguen a Jesús». Los cristianos del bienestar son los que piensan que tienen todo si tienen la Iglesia, los sacramentos, los santos… Los otros son los cristianos que siguen a Jesús hasta el fondo, hasta la humillación de la cruz, y soportan serenamente esta humillación. Es, en síntesis, la reflexión propuesta por el Papa Francisco en [el día de hoy], en la homilía de la misa celebrada en la capilla de Santa Marta.

El Santo Padre enlazó con lo que había dicho la víspera respecto a los diversos modos para conocer a Jesús: «Con la inteligencia —recordó hoy—, con el catecismo, con la oración y en el seguimiento». Y aludió a la pregunta que está en el origen de esta búsqueda del conocer a Jesús: «¿Pero quién es éste?». En cambio hoy «es Jesús quien hace la pregunta », así como es relatado por Lucas en el pasaje del Evangelio del día (Lc 9, 18-22). La de Jesús, como observó el Pontífice, es una pregunta que de ser general —«¿Quién dice la gente que soy yo?»— se transforma en una pregunta dirigida particularmente a personas específicas, en este caso a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Esta pregunta —prosiguió— «se dirige también a nosotros en este momento en el que el Señor está entre nosotros, en esta celebración, en su Palabra, en la Eucaristía sobre el altar, en su sacrificio. Y hoy a cada uno de nosotros pregunta: ¿pero para ti quién soy yo? ¿El dueño de esta empresa? ¿Un buen profeta? ¿Un buen maestro? ¿Uno que te hace bien al corazón? ¿Uno que camina contigo en la vida, que te ayuda a ir adelante, a ser un poco bueno? Sí, es todo verdad, pero no acaba ahí», porque «ha sido el Espíritu Santo el que toca el corazón de Pedro y le hace decir quién era Jesús: Eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo ». Quien de nosotros —siguió explicando el Pontífice— «en su oración mirando el sagrario dice al Señor: tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo», debe saber dos cosas. La primera es que «no puede decirlo solo: debe ser el Espíritu Santo quien lo diga en él». La segunda es que debe prepararse «porque Él te responderá».

El Santo Padre se detuvo entonces a describir las diversas actitudes que un cristiano puede asumir: quien le siga hasta cierto punto, quien sin embargo le siga hasta el fondo. El peligro que se corre —advirtió— es el de ceder «a la tentación del bienestar espiritual», o sea, de pensar que tenemos todo: la Iglesia, Jesucristo, los sacramentos, la Virgen, y por lo tanto no debemos buscar ya nada. Si pensamos así «somos buenos, todos, porque al menos debemos pensar esto; si pensamos lo contrario es pecado». Pero esto «no basta. El bienestar espiritual —apuntó el Papa— es hasta cierto punto». Lo que falta para ser cristiano de verdad es «la unción de la cruz, la unción de la humillación. Él se humilló hasta la muerte, y una muerte de cruz. Éste es el punto de comparación, la verificación de nuestra realidad cristiana. ¿Soy un cristiano de cultura del bienestar o soy un cristiano que acompaña al Señor hasta la cruz?». Para entender si somos los que acompañan a Jesús hasta la cruz la señal adecuada «es la capacidad de soportar las humillaciones. El cristiano que no está de acuerdo con este programa del Señor es un cristiano a medio camino: un tibio. Es bueno, hace cosas buenas», pero sigue sin soportar las humillaciones y preguntándose: «¿por qué a éste sí y a mí no? La humillación yo no. ¿Y por qué sucede esto y a mí no? ¿Y por qué a éste le hacen monseñor y a mí no?».

«Pensemos en Santiago y Juan —continuó— cuando pedían al Señor el favor de las honorificencias. No sabéis, no entendéis nada, les dice el Señor. La elección es clara: el Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los sumos sacerdotes y por los escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».

«¿Y todos nosotros? Queremos que se realice el final de este párrafo. Todos queremos resucitar al tercer día. Es bueno, es bueno, debemos querer esto». Pero no todos —dijo el Papa— para alcanzar el objetivo están dispuestos a seguir este camino, el camino de Jesús: consideran que es un escándalo si se les hace algo que piensan que es un error, y se lamentan de ello. Así que la señal para entender «si un cristiano es un cristiano de verdad» es «su capacidad de llevar con alegría y con paciencia las humillaciones». Esto es «algo que no gusta», subrayó finalmente el Papa Francisco; y, sin embargo, «hay muchos cristianos que, contemplando al Señor, piden humillaciones para asemejarse más a Él».

Santo Padre Francisco: Por el camino de Jesús

Homilía del viernes, 27 de septiembre de 2013

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

¿Cuál es mi experiencia de Cristo?

Hoy es habitual considerar a Jesús como uno de los grandes fundadores de una religión en el mundo, a los que se les ha concedido una profunda experiencia de Dios. […] Así, la palabra «experiencia» hace referencia, por un lado, a un contacto real con lo divino, pero al mismo tiempo comporta la limitación del sujeto que la recibe. Cada sujeto humano puede captar sólo un fragmento determinado de la realidad perceptible, y que además necesita después ser interpretado. Con esta opinión, uno puede sin duda amar a Jesús, convertirlo incluso en guía de su vida. Pero la «experiencia de Dios» vivida por Jesús a la que nos aficionamos de este modo se queda al final en algo relativo, que debe ser completado con los fragmentos percibidos por otros grandes. Por tanto, a fin de cuentas, el criterio sigue siendo el hombre mismo, cada individuo: cada uno decide lo que acepta de las distintas «experiencias», lo que le ayuda o lo que le resulta extraño. En esto no se da un compromiso definitivo.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Jesús de Nazaret, primera parte, p. 118

Propósito

Esforzarme por tener a Cristo como el criterio de mis decisiones e imitar su estilo de vida.

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

III. La bienaventuranza cristiana

1720 El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la llegada del Reino de Dios (cf Mt 4, 17); la visión de Dios: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; cf 1 Jn 3, 2; 1 Co 13, 12); la entrada en el gozo del Señor (cf Mt 25, 21. 23); la entrada en el descanso de Dios (Hb4, 7-11):

«Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? (San Agustín, De civitate Dei, 22, 30).

1721 Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2 P 1, 4) y de la Vida eterna (cf Jn 17, 3). Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (cf Rm 8, 18) y en el gozo de la vida trinitaria.

1722 Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural, así como también llamamos sobrenatural la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo divino.

«“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, “nadie verá a Dios y seguirá viviendo”, porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios […] “porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 20, 5).

1723 La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor:

«El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje instintivo la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad […] Todo esto se debe a la convicción […] de que con la riqueza se puede todo. La riqueza, por tanto, es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro […] La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración» (Juan Enrique Newman,Discourses addresed to Mixed Congregations, 5 [Saintliness the Standard of Christian Principle]).

1724 El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf la parábola del sembrador: Mt 13, 3-23).

Catecismo de la Iglesia Católica

Diálogo con Cristo

Jesucristo, lo primero que debo de buscar, si quiero ser feliz, es vivir centrado en Ti, eso es lo esencial de mi vida. Tengo que arraigarme en Ti y corresponder generosa y alegremente a tu infinito amor. Te pido tu gracia para saber vivir en el amor al saberte reconocer en los acontecimientos, buenos y malos, de este día.

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