Evangelio del día: Permaneced en su amor

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Juan 15, 9-11. Jueves de la 5.ª semana del Tiempo de Pascua. La vocación cristiana es permanecer en el amor de Dios.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Primera lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 15, 7-21

Salmo: Sal 96(95), 1-3.10

Oración introductoria

Señor, ¿cómo corresponder a tanto amor? ¿Cómo conservar en el corazón la alegría con la que colmas mi vida? ¡Ven, Espíritu Santo, lléname de tu amor para que pueda cumplir en todo tu voluntad, viviendo el mandamiento supremo de la caridad!

Petición

Señor, ayúdame a seguir el camino de mi felicidad, que es el de vivir la caridad.

Meditación del Santo Padre Francisco

«Paz, amor y alegría» son «las tres palabras clave» que Jesús nos ha confiado. Quien las realiza en nuestra vida, no según los criterios del mundo, es el Espíritu Santo. A esto el Papa Francisco dedicó la homilía del [día de hoy] por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.

«Jesús, en el discurso de despedida, en los últimos días antes de subir al cielo, habló de muchas cosas», pero siempre sobre el mismo punto, representado por «tres palabras clave: paz, amor y alegría».

Sobre la primera, recordó el Papa, «hemos ya reflexionado» en la misa de anteayer, reconociendo que el Señor «no nos da una paz como la da el mundo, nos da otra paz: ¡una paz para siempre!». Respecto a la segunda palabra clave, «amor», Jesús, destacó el Papa, «había dicho muchas veces que el mandamiento es amar a Dios y amar al prójimo». Y «habló de ello también en diversas ocasiones» cuando «enseñaba cómo se ama a Dios, sin los ídolos». Y también «cómo se ama al prójimo». En resumen, Jesús encierra todo este discurso en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, en él se nos dice cómo seremos juzgados. Allí el Señor explica cómo «se ama al prójimo».

Pero, en el pasaje evangélico de san Juan (15, 9-11), «Jesús dice una cosa nueva sobre el amor: no sólo amad, sino permaneced en mi amor». En efecto, «la vocación cristiana es permanecer en el amor de Dios, o sea, respirar y vivir de ese oxígeno, vivir de ese aire».

Pero ¿cómo es este amor de Dios? El Papa Francisco respondió con las mismas palabras de Jesús: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo». Por eso, observó, es «un amor que viene del Padre». Y la «relación de amor entre Él y el Padre» llega a ser una «relación de amor entre Él y nosotros». Así, «nos pide permanecer en ese amor que viene del Padre». Luego, «el apóstol Juan seguirá adelante —dijo el Pontífice— y nos dirá también cómo debemos dar este amor a los demás» pero lo primero es «permanecer en el amor». Y esta es, por lo tanto, también la «segunda palabra que Jesús nos deja.

Y ¿cómo se permanece en el amor? Nuevamente el Papa respondió a la pregunta con las palabras del Señor: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor». Y, exclamó el Pontífice, «es algo bello esto: yo sigo los mandamientos en mi vida». Hermoso hasta el punto, explicó, que «cuando no permanecemos en el amor son los mandamientos que vienen, solos, por el amor». Y «el amor nos lleva a cumplir los mandamientos, así naturalmente» porque «la raíz del amor florece en los mandamientos» y los mandamientos son el «hilo conductor» que sujeta, en «este amor que llega», la cadena que une al Padre, a Jesús y a nosotros.

La tercera palabra que indicó el Papa es la «alegría». Al recordar la expresión de Jesús propuesta en la lectura del Evangelio —«Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud»—, el Pontífice evidenció que precisamente «la alegría es el signo del cristiano: un cristiano sin alegría o no es cristiano o está enfermo», su salud cristiana «no está bien». Y, añadió, «una vez dije que hay cristianos con la cara avinagrada: siempre con la cara roja e incluso el alma está así. ¡Y esto es feo!». Estos «no son cristianos», porque «un cristiano sin alegría no es cristiano».

Para el cristiano, en efecto, la alegría está presente «también en el dolor, en las tribulaciones, incluso en las persecuciones». Al respecto el Papa invitó a mirar a los mártires de los primeros siglos —como las santas Felicidad, Perpetua e Inés— que «iban al martirio como si fuesen a las bodas». He aquí entonces, «la gran alegría cristiana» que «es también la que custodia la paz y custodia el amor».

Por lo tanto tres palabras clave: paz, amor y alegría. No vienen, de hecho, «del mundo» sino del Padre. Por lo demás, explicó, es el Espíritu Santo «quien realiza esta paz; quien realiza este amor que viene del Padre; quien lleva a cabo el amor entre el Padre y el Hijo y que luego llega a nosotros; que nos da la alegría». Sí, dijo, «es el Espíritu Santo, siempre el mismo; ¡el gran olvidado de nuestra vida!». Y al respecto el Papa, dirigiéndose a los presentes, confesó su deseo de preguntar, pero «¡no lo haré!» especificó, cuántos rezan al Espíritu Santo. «¡No, no alcéis la mano!» y añadió en seguida con una sonrisa; la cuestión, repitió, es que el Espíritu Santo es verdaderamente «¡el gran olvidado!». Pero es «Él el don que nos da la paz, que nos enseña a amar y nos colma de alegría».

Y, como conclusión, el Pontífice repitió la oración inicial de la misa, en la que «hemos pedido al Señor: ¡custodia tu don!». Juntos, dijo, «hemos pedido la gracia para que el Señor custodie siempre el Espíritu Santo en nosotros, el Espíritu que nos enseña a amar, nos colma de alegría y nos da la paz».

Santo Padre Francisco: La obra de Jesús

Meditación del jueves, 22 de mayo de 2014

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Las numerosas exhortaciones del evangelista san Juan a permanecer en el amor y en la verdad de Cristo evocan la imagen de una casa segura y estable. Dios nos ama primero y nosotros, atraídos hacia su don de agua viva, «hemos de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios» (Deus caritas est, 7). Pero san Juan también exhorta a sus comunidades a permanecer en ese amor porque algunos ya habían sido seducidos por las distracciones que llevan a la debilidad interior y a una posible separación de la comunión de los creyentes.

Esta exhortación a permanecer en el amor de Cristo también tiene un significado particular para vosotros hoy. Vuestras relaciones quinquenales atestiguan la atracción que ejerce el materialismo y los efectos negativos de una mentalidad laicista. Cuando los hombres y las mujeres se alejan de la casa del Señor vagan inevitablemente en un desierto de aislamiento individual y de fragmentación social, porque «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22).

Queridos hermanos, desde esta perspectiva es evidente que para ser pastores eficientes de esperanza debéis esforzaros por garantizar que el vínculo de comunión que une a Cristo con todos los bautizados sea salvaguardado y experimentado como el centro del misterio de la Iglesia (cf. Ecclesia in Asia, 24). Con los ojos fijos en el Señor, los fieles deben repetir de nuevo el grito de fe de los mártires: «Hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (1 Jn 4, 16). Esta fe se mantiene y alimenta mediante un encuentro continuo con Jesucristo, que viene a los hombres y a las mujeres a través de la Iglesia: el signo y el sacramento de unión íntima con Dios y de unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium, 1).

Santo Padre Benedicto XVI

Discurso a la Conferencia Episcopal de Corea

Discurso del lunes, 3 de diciembre de 2007

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I. Carácter comunitario de la vocación humana

1878 Todos los hombres son llamados al mismo fin: Dios. Existe cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor (cf GS 24, 3). El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios.

1879 La persona humana necesita la vida social. Esta no constituye para ella algo sobreañadido sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre desarrolla sus capacidades; así responde a su vocación (cf GS 25, 1).

1880 Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre es constituido “heredero”, recibe “talentos” que enriquecen su identidad y a los que debe hacer fructificar (cf Lc 19, 13.15). En verdad, se debe afirmar que cada uno tiene deberes para con las comunidades de que forma parte y está obligado a respetar a las autoridades encargadas del bien común de las mismas.

1881 Cada comunidad se define por su fin y obedece en consecuencia a reglas específicas, pero “el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana” (GS 25, 1).

1882 Algunas sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden más inmediatamente a la naturaleza del hombre. Le son necesarias. Con el fin de favorecer la participación del mayor número de personas en la vida social, es preciso impulsar, alentar la creación de asociaciones e instituciones de libre iniciativa “para fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de cada una de las naciones como en el plano mundial” (MM 60). Esta “socialización” expresa igualmente la tendencia natural que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales. Desarrolla las cualidades de la persona, en particular, su sentido de iniciativa y de responsabilidad. Ayuda a garantizar sus derechos (cf GS 25, 2; CA 16).

1883 “La socialización presenta también peligros. Una intervención demasiado fuerte del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa personales. La doctrina de la Iglesia ha elaborado el principio llamado de subsidiariedad. Según éste, “una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común” (CA 48; Pío XI, enc. Quadragesimo anno).

1884 Dios no ha querido retener para Él solo el ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de los que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben comportarse como ministros de la providencia divina.

1885 El principio de subsidiariedad se opone a toda forma de colectivismo. Traza los límites de la intervención del Estado. Intenta armonizar las relaciones entre individuos y sociedad. Tiende a instaurar un verdadero orden internacional.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Con esperanza y confianza rezar hoy un rosario, fuente de paz y alegría.

Diálogo con Cristo

Gracias, Dios mío, por tanto amor. No puedo dejar de agradecerte por darme a tu santísima Madre. Por su intercesión quiero pedirte que sepa cambiar o eliminar todo aquello que me impida vivir el mandamiento de la caridad.

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