El Adviento y la Navidad han experimentado un incremento de su aspecto externo y festivo profano tal que en el seno de la Iglesia surge de la fe misma una aspiración a un Adviento auténtico: la insuficiencia de ese ánimo festivo por sí sólo se deja sentir, y el objetivo de nuestras aspiraciones es el núcleo del acontecimiento, ese alimento del espíritu fuerte y consistente del que nos queda un reflejo en las palabras piadosas con que nos felicitamos las pascuas. ¿Cuál es ese núcleo de la vivencia del Adviento?
Podemos tomar como punto de partida la palabra «Adviento»; este término no significa «espera», como podría suponerse, sino que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa «presencia», o mejor dicho, «llegada», es decir, presencia comenzada. En la antigüedad se usaba para designar la presencia de un rey o señor, o también del dios al que se rinde culto y que regala a sus fieles el tiempo de su parusía. Es decir, que el Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso nos recuerda dos cosas: primero, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y que él ya está presente de una manera oculta; en segundo lugar, que esa presencia de Dios acaba de comenzar, aún no es total, sino que esta proceso de crecimiento y maduración. Su presencia ya ha comenzado, y somos nosotros, los creyentes, quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el mundo. Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como él quiere hacer brillar la luz continuamente en la noche del mundo. De modo que las luces que encendamos en las noches oscuras de este invierno serán a la vez consuelo y advertencia: certeza consoladora de que «la luz del mundo» se ha encendido ya en la noche oscura de Belén y ha cambiado la noche del pecado humano en la noche santa del perdón divino; por otra parte, la conciencia de que esta luz solamente puede —y solamente quiere— seguir brillando si es sostenida por aquellos que, por ser cristianos, continúan a través de los tiempos la obra de Cristo. La luz de Cristo quiere iluminar la noche del mundo a través de la luz que somos nosotros; su presencia ya iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros. Cuando en la noche santa suene una y otra vez el himno Hodie Christus natus est, debemos recordar que el inicio que se produjo en Belén ha de ser en nosotros inicio permanente, que aquella noche santa es nuevamente un «hoy» cada vez que un hombre permite que la luz del bien haga desaparecer en él las tinieblas del egoísmo (…) el Niño‑Dios nace allí donde se obra por inspiración del amor del Señor, donde se hace algo más que intercambiar regalos.
Adviento significa presencia de Dios ya comenzada, pero también tan sólo comenzada. Esto implica que el cristiano no mira solamente a lo que ya ha sido y ya ha pasado, sino también a lo que está por venir. En medio de todas las desgracias del mundo tiene la certeza de que la simiente de luz sigue creciendo oculta, hasta que un día el bien triunfará definitivamente y todo le estará sometido: el día que Cristo vuelva. Sabe que la presencia de Dios, que acaba de comenzar, será un día presencia total. Y esta certeza le hace libre, le presta un apoyo definitivo (…).
SS Benedicto XVI: El sentido del Adviento
(palabras dichas cuando aún era Cardenal).
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Para el tiempo de Adviento, os presentamos esta dinámica de catequesis para niños de Educación Primaria «Navegando en tu corazón», especialmente para aquellos que preparan su Primera Comunión, gentileza del blog Reflejos de luz, de las HH. Agustinas Misioneras.
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Primera semana
Le gustaba asomarse al abismo. Desde lo alto de la montaña contemplaba fascinado el acantilado. En su interior se mezclaba una poderosa atracción con un sentimiento de miedo. El abismo le atraía con una fuerza tremenda, solo proporcional al temor que le suscitaba.
No era la primera vez que subía a esa montaña. En realidad, lo hacía a menudo. Buscaba un remanso de paz, lejos de todos los ruidos que perturbaban su reflexión. Allí, en lo alto, después de un agotador ascenso, nada le distraía y se encontraba consigo mismo, aunque no siempre resultara una compañía agradable.
Hacía tiempo que no emprendía el ascenso a la cima. Muchos proyectos y preocupaciones se habían agolpado en su agenda. Cuantas más tareas se le acumulaban, más difícil resultaba encontrar un momento de respiro. Estaba saturado. Necesitaba serenarse.
El susurro del viento de la cima era una melodía que le resultaba familiar; un canto sin letra cuyo significado conocía perfectamente: era la llamada del abismo. Era el de siempre —aguardaba frente a él amenazador— pero, al mismo tiempo, era distinto. Eso era precisamente lo que a Daniel le fascinaba.
La tenue frontera entre el suelo de la montaña y el vacío del acantilado se mantenía imperturbable. Apenas se podía detectar algún cambio significativo. A pesar de que la línea de división siempre fuera la misma, los espacios que separaba había cambiado; esa línea distinguía dos mundos que se transformaban con el paso del tiempo: el territorio de sus seguridades y el de lo novedoso.
En el primero, Daniel se sentía protegido. Había conquistado palmo a palmo un espacio de tranquilidad, construido a base de certezas y eliminando toda incertidumbre. Era el mundo de lo conocido, de lo experimentado, la senda que podía ser transitada sin dificultad.
Pero existía otro territorio, otro espacio. Se trataba de lo nuevo, de lo que está por descubrir; o lo que todavía no existe y, desde su silencio, reclama a un creador que le dé forma. Ante ese mundo, Daniel sentía miedo. Era el miedo de la responsabilidad, de la indecisión; era el temor que suscita el misterio, lo que todavía está por conocer.
Su experiencia le demostraba que es mundo enigmático no era alfo impenetrable, monolítico, estático. Había comprobado cómo lo que tiempo atrás resultaba un territorio por explorar, una tierra nueva por conocer, tras luchas y vicisitudes, se convertía en un espacio familiar, colonizado, seguro.
Sin embargo, aunque el paisaje pudiera variar, el temor a lo nuevo permanecía. El abismo nunca desaparecía. Permanecía inalterable como un océano de imprevisión y emergía una vez más anunciando nuevas fronteras, nuevos horizontes, nuevos territorios.
Si el abismo sobrevenía a los cambios, la angustia que le acompañaba, también. Allí estaba. No se desvanecía con el paso del tiempo. Seguía viva y le empujaba a salir del refugio de sus seguridades, a traspasar la frontera y adentrarse en lo desconocido.
Mil veces se había prometido a sí mismo renunciar al riesgo y a la aventura constante. Había hecho el propósito de no internarse nunca más en los espacios vacíos que se hallan a l otro lado del abismo. Tenía que instalarse definitivamente en tierra firme y cesar en su empeño de surcar nuevos mares. Sin embargo, era incapaz. Una fuerza mayor que él le arrastraba hacia las nuevas fronteras. Lo conocido le hastiaba. Lo nuevo, aunque le aterrase, le seducía con una fuerza irresistible.
De su interior surgía una necesidad que era superior a su miedo. Pero, ¿cómo lanzarse solo a tal empresa? ¿Quién sería su cómplice? ¿Quién se atrevería a cometer semejante temeridad?
Daniel tenía miedo a sentirse decepcionado. Era demasiado celoso de sus proyectos. Temía que otros se apropiaran de ellos o que malgastaran irresponsablemente los resultados que tanto había costado lograr. La presencia de unos posibles compañeros de exploración era un auténtico riesgo que no estaba seguro de estar dispuesto a asumir.
Tal vez este fuera su gran reto, atreverse a no cruzar solo el abismo y aventurarse a construir ese espacio nuevo en compañía de otros que le sirvieran de puente para cruzar las aguas turbulentas de lo desconocido, pero que a su vez él fuera también un puente para ellos que les permitiera participar en un proyecto arriesgado y fascinante.
Ante el abismo, Daniel sintió que tenía que dar un paso. La desconfianza no le conducía a ninguna parte. Tenía que arriesgarse, fiarse de sí mismo, de la vida, del futuro, de los demás. De lo contrario se exponía a convertirse en una estatua humana, asentada firmemente en una posición elevada, ajena a todo peligro, pero sin vida. Daniel tomó su teléfono móvil y empezó a teclear un número que no había olvidado.
«La confianza, como el arte, nunca nace de tener todas las respuestas, sino de estar abierto a todas las preguntas».
(Earl Gray Stevens)
1. Comenta el significado de esta frase: La confianza, como el arte, nunca nace de tener todas las respuestas, sino de estar abierto a todas las preguntas (Earl Gray Stevens)
2. ¿Te gusta asumir retos? ¿Te dan miedo los cambios?
3. Describe una situación de incertidumbre.
4. ¿Por qué nos cuesta fiarnos de los demás?
5. ¿Confías en ti mismo? ¿Por qué?
6. ¿Te da miedo del futuro? ¿Por qué?
7. ¿Qué diferencia hay entre la confianza y la seguridad?
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Desde el corazón,
comenzamos nuestro navegar
por el mar del Adviento,
por el mar de la espera,
por el mar de las buenas obras.
Jesús, sé nuestro guía en la travesía.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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Segunda semana
Camuflado entre los multicolores folletos del correo comercial, escondido entre las rutinarias notificaciones del banco —que fielmente dejan constancia de los movimientos de su cuenta corriente—, y entre las facturas habituales, Alba encontró en su buzón un sobre muy especial.
Llevaba semanas esperando una carta. Al verla, la reconoció inmediatamente. En el sobre figuraba el anagrama de una institución oficial. Alba esperaba recibir buenas noticias.
La abrió con cierto desasosiego. Estaba nerviosa. Tantos meses de incertidumbre culminaban en ese momento. ¿Y si al final surgía algún contratiempo y la respuesta fuera negativa? Cualquier imprevisto podía echar por tierra un proyecto meticulosamente preparado durante dos largos años.
El miedo era proporcional a sus expectativas. Alba y su marido se habían aventurado en un complicado mundo, demasiado complejo para la gran mayoría. A pesar de ello, había tomado la decisión de adoptar una niña de otro país.
Les costó mucho vencer sus temores. Pero una vez se decidieron, fueron hasta el final. Tampoco les resultó fácil escoger el país de origen. Sin embargo, poco a poco se fueron decantando por una opción concreta. Luego estudiaron la cultura del país: sus costumbres, su gastronomía, su historia y su religión. Finalmente se matricularon en una escuela de idiomas para conocer su lengua.
Pero no todo resultaba tan romántico. Las cuestiones burocráticas parecían una carrera de obstáculos. Papeles y más papeles. Un auténtico galimatías jurídico de formularios y solicitudes. Después, entrevistas y más entrevistas; con psicólogos, médicos, asistentes sociales, abogados y diplomáticos. En ocasiones, Alba acudía sola; otras, iban los dos juntos.
Al principio, Alba se sentía muy incómoda. A no ser por un motivo como este, nunca hubiera aceptado quela examinaran tan concienzudamente. Tenía miedo a que husmearan en su intimidad. Algunas preguntas podían ser demasiado personales y no le apetecía exhibir sus sentimientos más ocultos a un desconocido. Sin embargo, no fue tan terrible.
El problema era explicar el motivo de la adopción. Entonces, Alba tenía que abrir en su memoria esa carpeta donde guardaba los recuerdos más duros de su vida; aquellos que, sin poder olvidarlos, había relegado a un segundo plano de su atención para esquivar los zarpazos de un dolor tan profundo como intenso.
Alba había intentado en diversas ocasiones ser madre, pero las circunstancias no le acompañaron y los embarazos no fueron afortunados. En especial, el último, que desembocó en un trágico parto prematuro.
Al recordar estos dramáticos acontecimientos, revivía el sufrimiento físico, pero, sobre todo, el sentimiento de injusticia, de impotencia, de rabia, de absurdo. Si con frecuencia se preguntaba qué sentido tenía nacer para cualquier ser humano, con más dolor se cuestionaba qué sentido podía tener engendrar una vida que apenas sobreviviría.
A pesar de todo, las noticias de la carta no podían resultar más halagüeñas. La comisión pertinente había valorado muy positivamente su caso, Todos los informes eran favorables y el Ministerio había resuelto concederles en adopción una niña.
Ahora empezaba otra fase, que se podía alargar unos meses más, pero ya no importaba. Su vida estaba unida a otro ser que todavía no conocía. Sus caminos se habían cruzado de una forma misteriosa. Era un ser real; no un simple producto de sus expectativas y de su ilusión. Había alguien con quien pronto se encontraría y unirían sus historias.
Con todo, le esperaba mucho trabajo. Tenía que viajar a ese lejano país y continuar con los trámites burocráticos. Más entrevistas, más formularios. Además tenía que resolver las cuestiones de intendencia: adecuar una habitación para la pequeña, buscar un colegio, comprar ropa…
De repente se dio cuenta de que, una vez más, se estaba precipitando y, dejándose llevar por su apasionamiento, se adelantaba a los hechos. Tenía que continuar leyendo la carta. Allí se especificaba cada uno de los pasos que debían seguirse. No obstante, solo buscaba una información. ¿Cuándo conocería a la niña?
Por fin, encontró la fecha. Todavía faltaban unas semanas para el encuentro. Sería unas semanas interminables, pero la esperanza suavizaría la aridez de la espera. Sin embargo, de pronto, una lágrima asomó por los enternecidos ojos de Alba. Aunque pensaba que se había olvidado, en el calendario de lo profundo de su inconsciente todo seguía vivo. Desde algún lugar alguien le había lanzado un guiño de complicidad que la llenaba de esperanza. La adopción se formalizaría, precisamente, el día en que el pequeño cuyo rostro nunca vio celebraría su cumpleaños.
«En todo tipo de amor femenino se transparenta también algo de amor maternal».
(Nietzsche)
1. ¿Estás de acuerdo con esta afirmación? En todo tipo de amor femenino se transparenta también algo de amor maternal (Nietzsche).
2. ¿Qué sentimientos van asociados a la maternidad?
3. Ser madre, ¿puede ayudar a una mujer a ser mejor persona?
4. Una mujer sin hijos, ¿puede desarrollar sus sentimientos maternales en otros ámbitos? ¿Cuáles?
5. ¿Qué puede motivar a una mujer con hijos a adoptar?
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Jesús, desde el corazón,
preparamos nuestro barco
con todo lo necesario para navegar por tu mar.
Metemos en él nuestro cariño
para repartir a los que encontremos,
metemos nuestra alegría para que nadie esté triste,
metemos nuestra generosidad
para que a nadie le falte nada.
Gracias, Jesús, por no dejarme solo, en este navegar.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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Tercera semana
La alegría que sentía compensaba tantas horas de trabajo. Olga estaba cansada del ajetreo de los últimos días, empleados en ir de compras, arreglar la casa y preparar todos los pormenores. Le gustaba organizarse con cierta anticipación. No quería que faltara el menor detalle. La Navidad bien merece ese esfuerzo.
Ella no era la única que disfrutaba de este mágico momento. Los niños participaban de la celebración. Llevaban semanas ilusionados con una fiesta que acrecentaba aún más su inocente ternura. Su madre les contagiaba ese entusiasmo capaz de movilizar los sentimientos más delicados del corazón humano.
Mientras bajaba del desván unas enormes cajas repletas de sorpresas, Guille y Rut asistían maravillados a un espectáculo conmovedor. Estaban rescatando del polvo los adornos navideños que, año tras año, guardaba meticulosamente como si de un tesoro se tratara. Los niños estaban expectantes, hasta que, por fin, ante sus asombrados ojos, aparecieron decenas de esferas de colores, una reluciente estrella, luces parpadeantes, unos variopintos cachivaches y las figuritas del belén. Allí estaban todos los enseres destinados a engalanar la casa en una fiesta tan entrañable.
En su exploración de los recovecos de la caja, Rut se percató de la ausencia de algo importante: “No encuentro al Niño Jesús”- dijo con cierto tono de tristeza.
“No puede ser”, replicó su madre. “Búscalo mejor. El año pasado lo guardamos junto a las otras piezas. No puede ser que se haya perdido”.
Rut siguió las instrucciones de su madre y continuó buscando. “Posiblemente esté escondido entre el musgo de plástico”, pensó esperanzada, “o metido en alguna grieta de las montañas de corcho”.
Sea como fuere, la búsqueda resultó infructuosa. A pesar de los esfuerzos de Olga y de Rut, el Niño Jesús no aparecía. La niña tenía razón, no encontraban una figurita que por chiquita que fuera tenía su importancia.
Ya no sabían por dónde buscar, así que desistieron y pensaron un plan alternativo. No podían comprar otra figurita: en ningún lugar vendían niños Jesús sueltos. Olga tampoco estaba dispuesta a cambiar un belén entero solo por una pieza. Llevaban años ampliándolo con nuevos personajes. Todo estaba calculado hasta el último detalle. No iban a comprar uno nuevo porque faltara una figurita.
Olga era perfeccionista. No podía permitir que algo pudiera deslucir la fiesta que estaba organizando. Así pues, quitarían la luz de dentro del establo y colocarían un poco más de paja entre la Virgen y San José y ya está. Seguramente, de este modo, nadie se daría cuenta. Además, el árbol era enorme y quedaría impresionante con unas luces nuevas; a sus pies, el belén casi ni se vería.
¿Quién se iba a fijar? Ningún invitado se agacharía para hurgar en el interior del pequeño establo. Todo el mundo ya sabía lo que había allí dentro. ¿Para qué buscar? A nadie se le pasaría por la cabeza comprobar si realmente el Niño Jesús estaba dentro.
En medio de los razonamientos de su madre, Rut no estaba satisfecha con esta solución. No la entendía. Olga intentaba convencerla inútilmente de que ya estaba todo arreglado; pero la pequeña le preguntaba con cierta perplejidad: “si es el cumpleaños de Jesús, ¿cómo lo celebraremos sin él?”.
En medio de este repentino caos familiar, apareció Guille con los ojos llorosos. Olga sabía que era un niño muy sensible y le quiso quitar importancia al incidente. “No te preocupes, no pasa nada”, le dijo para que se calmara, pensando que sufría a causa de la pieza del belén extraviada.
El niño parecía ajeno al diálogo entre su madre y su hermana. Tembloroso, metió su mano en el bolsillo y sacó la figurita del Niño Jesús. “¿Dónde lo has encontrado?” – le preguntó Olga. “No lo he encontrado. Lo tenía escondido. El año pasado lo cogí para que no estuviera solo en una caja y lo he estado cuidando”.
Olga no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Por mucha inventiva que tuviera Guille, esta vez la había sorprendido de verdad. Nunca se hubiera imaginado que el niño fuera capaz de un detalle como ese.
Además, se daba cuenta de que Rut tenía su parte de razón. Su mente infantil era más sensible para captar lo esencial y no dejarse arrastrar por lo superfluo. Tal vez Olga, tan atareada con los preparativos de la fiesta, se había olvidado de lo que estaba celebrando y, en realidad, la presencia del Niño Jesús era algo imprescindible y no una simple figurita de plástico.
«Un pueblo sin tradición es un pueblo sin porvenir».
(Alberto Lleras Camargo)
1. Un pueblo sin tradición es un pueblo sin porvenir (Alberto Lleras Camargo) ¿Qué sucede cuando se pierde el sentido de las tradiciones?
2. Averigua el origen de la costumbre de montar el Belén por Navidad
3. ¿Cómo celebráis la Navidad en tu familia?
4. ¿Qué otras tradiciones celebráis? ¿Qué significado tienen?
5. ¿Las tradiciones te ayudan a estar más cerca de los demás?
6. ¿Las tradiciones te pueden alejar de los demás? Propón algún ejemplo. ¿Cómo lo podemos evitar?
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Desde el corazón,
avanzo despacio
por el mar de la vida.
No me detengo
y poco a poco
me acerco hasta Belén,
donde sé que Tú, Jesús,
me esperas
para darme un abrazo.
Gracias, Jesús, porque quieres navegar conmigo.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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Cuarta semana
Hacía poco que había llegado a este país frío e inhóspito. Bashir procedía de una aldea cercana al gran desierto de arena. Allí ayudaba a su abuelo a vigilar las cabras mientras se alimentaban de las escasas hierbas que brotaban entre los áridos pedregales. Aunque no disponía de muchas comodidades, era feliz.
Desde hacía unos años, los jóvenes de la aldea habían optado por emigrar a tierras más prósperas con la esperanza de mejorar su nivel de vida. En pequeñas embarcaciones cruzaban intrépidamente el mar tal como hicieron sus antepasados muchos siglos antes. Las expediciones de sus ancestros eran militares; llenos de fuerza y de vigor habían conquistado medio mundo. En cambio ahora, los jóvenes de la aldea de Bashir, así como muchos otros procedentes de otros pueblos, se dirigían a las tierras de Europa en busca de trabajo.
Y un día le tocó el turno a su familia. Su padre decidió arriesgarse a buscar trabajo en una tierra desconocida y, seguramente, poco acogedora. Se iban con la esperanza de regresar cuando hubieran reunido suficiente dinero para montar un negocio en la ciudad. Bashir se fue con sus padres y tuvo que dejar a sus abuelos, sus amigos, sus noches en el frío desierto y sus cabras.
Para Bashir no fue fácil aclimatarse a un nuevo mundo. Sus compañeros del colegio hablaban una lengua muy complicada y, por mucho que se esforzaba, difícil de aprender. Sus costumbres le resultaban muy extrañas. Comían carne de cerdo. Las chicas vestían de manera muy rara. Era un mundo diferente donde no se encontraba a gusto. Se sentía desubicado, solo, sin raíces.
Además, los otros muchachos de su raza que llevaban más tiempo en el país estaban renunciando a las costumbres de su pueblo. No respetaban las antiguas tradiciones y, si lo hacían, solo era para reafirmar su identidad y enfrentarse a los otros estudiantes que se comportaban como si fueran los dueños de la escuela. La actitud de los niños era de reflejo del ambiente que se respiraba en sus casas. Sus familias estaban convencidas de ser los únicos con derecho a vivir en esa tierra. ¿Dónde está escrito a quién pertenece un país? ¿Alguien puede tener el monopolio? ¿No será que al final pertenece a los más fuertes que han impuesto por las armas su voluntad sobre los más débiles?
Bashir sabía que en otra época su pueblo había ejercido este papel de dominador. Pero ahora se habían invertido los papeles y él se sebtía dominado. Añoraba su aldea, su comida, sus olores y, sobre todo, el aire del desierto.
Para los otros estudiantes, Bashir era un intruso, un competidor que, el día de mañana, les podía quitar un trabajo cobrando un sueldo inferior al estipulado. Y, ahora, por su culpa, estaba bajando el nivel de la clase. La maestra le dedicaba mucho tiempo; demasiado, en opinión de algunos padres que se habían quejado a la directora. Incluso algunas familias habían decidido matricular a sus hijos en otra escuela de un barrio más céntrico, donde no había tantos inmigrantes y, supuestamente, se garantizaba un mayor nivel educativo.
Esta sensación de ser un estorbo alimentaba la amargura de los que eran como Bashir. Como reacción a la etiqueta de inmigrantes, actuaban con agresividad. Las peleas, típicas de una edad en la que todavía resulta difícil controlar los comportamientos más impulsivos, se convertían en un auténtico enfrentamiento de culturas; y, también, de religiones.
Hacía pocas semanas, Bashir había celebrado con su familia una de las fiestas más importantes de su religión. Sus ritos acompañados de prácticas muy exigentes. Algunas de estas prescripciones religiosas resultaban difíciles de cumplir en medio de gente que no las respetaba. En la aldea todo el mundo las seguía. En cambio aquí, en un país occidental, algunos de sus compañeros se reían. Decían que eso era de la Edad Media.
Sin embargo, a pesar de sus aires de superioridad, ellos también tenían sus propias celebraciones. Ahora, el calendario anunciaba una festividad religiosa muy importante, la única en la que participaban las familias de la escuela.
Todo el mundo se había esmerando en decorar el colegio. Bashir estaba asombrado. Nunca había visto un árbol iluminado ni tantas guirnaldas de colores. No obstante, lo que más llamó su atención fue una gran maqueta instalada en el vestíbulo de la escuela. Preguntó qué era. Le respondieron que se trataba del belén, pero ese nombre no significa nada para él. Aun así, lo que realmente le sorprendió era que no representaba el paisaje de los alrededores del colegio, ni tampoco el de los campos vecinos, sino el de su añorada aldea. Allí estaban los dromedarios, las palmeras, las casitas blancas, las cabras y las ovejas. Incluso las figuritas iban vestidas con túnicas, como su familia y sus vecinos. Frente a esa original maqueta, Bashir se sintió mucho más cerca de los suyos.
Finalmente, lleno de curiosidad, preguntó quién era ese niño escondido en una choza y rodeado de animales. Su maestra le explicó una historia, un poco extraña para la mentalidad de Bashir; sin embargo, de pronto, se iluminó su rostro al oír que ese niño era el portador de una buena noticia.
Inmediatamente la maestra se dio cuenta del cambio de actitud del muchacho y le preguntó el motivo de su inesperada alegría, a lo que él respondió: “En la lengua de mi pueblo, el portador de buenas noticias recibe el nombre de Bashir”.
«El que no sale nunca de su tierra vive lleno de prejuicios».
(Carlo Goldoni)
1. ¿Cuál es el origen de los prejuicios según este autor? El que no sale nunca de su tierra, vive lleno de prejuicios (Carlo Goldoni).
2. ¿Alguna vez te has sentido extraño en medio de la gente?
3. ¿Cómo te sentirías si vivieras en otro país?
4. ¿Crees que somos tan diferentes las personas de orígenes diversos?
5. ¿Consideras que es enriquecedor convivir con personas de culturas diferentes?
6. ¿Qué se puede hacer para que haya entendimiento entre las personas de culturas diferentes?
7. Investiga los elementos con los que celebramos la Navidad y que proceden de otras tradiciones culturales.
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Desde el corazón,
te digo, Jesús, lo mucho que te quiero
y lo mucho que te necesito.
Échame una mano cuando me veas triste y cansado,
y no permitas que me pierda en esos mares
que no me llevan a ti.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Desde el corazón, te doy gracias
por los bienes que me das
y por las cosas que comparto.
Quiero ser una persona responsable
y atenta a las necesidades de los demás.
Haz, Jesús, que mi corazón
esté siempre abierto para dar
y abierto para recibir todo lo que viene de ti:
amor, justicia, paz.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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Desde el corazón, quiero ser apoyo
y ayuda para los que me acompañan:
amigos, compañeros de clase y familiares.
Que en el mar de la vida
nunca les falte una sonrisa,
una palabra de consuelo,
una mano amiga que les ayude a caminar.
Gracias, Jesús, por todos ellos.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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