San Ezequiel Moreno, obispo de Pasto

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¡Jesús de mi alma! ¿Que hago para amarte mucho? Dime, Bien mío, dime… ¿Qué hago? ¿Por que, buen Jesús, por que no obras el prodigio de matarme de amor hacia ti? ¡Ven, Jesús mío, ven y sacia mi pobre alma! ¡Ven y andemos juntos por estos montes y valles cantando amor!…. ¡Que yo oiga tu voz en el ruido de los ríos, de los torrentes, de las cascadas! ¡Que me llame hacia ti el suave roce de las hojas de los árboles agitadas por el viento!… ¡Que te vea Bien mío en la hermosura de las flores! ¡Que los ardientes rayos del sol de la costa sean fríos, muy fríos, comparados con los rayos de amor que me lance tu Corazón! ¡Que las gotas de agua que me han caído y me caigan sean pedacitos de tu amor que me hagan prorrumpir en otros tantos actos de ese amor! ¡Que mi sed y mi cansancio y mis privaciones y mis fatigas, sean…. ¿que amor mío, que han de ser? ¡Ah! Ya lo se y Tú me lo has inspirado!… ¡que sean suspiros de mi alma enamorada, cariños, amor mío, ternuras, afectos, rachas huracanadas de amor, pero loco… Jesús mío, amor loco!… ¡Te lo he pedido tantas veces!… ¿Cuándo, mi Jesús, cuando me oyes? ¡Ah! ¡Te amo de todos modos…. Si, Jesús mío, de todos modos te amo.

San Ezequiel Moreno, obispo de Pasto (Colombia)

De una carta de San Ezequiel

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Hijo del pueblo

Dios elige a los humildes para hacer cosas grandes. Y humildes fueron los orígenes del que había de ser restaurador de los agustinos recoletos en Colombia, promotor de tres circunscripciones misioneras en esa misma nación, obispo de Pasto y defensor de la Iglesia en su enfrentamiento con el liberalismo en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX.

San Ezequiel Moreno nació el año 1848 en Alfaro (La Rioja). Como hijo del pueblo su niñez y adolescencia carecen de historia. Apenas hay en ellas lances dignos de ser recordados. Sus padres, Félix Moreno y Josefa Díaz, eran de extracción humilde y de religiosidad acendrada. Su padre, un modesto sastre, era conocido por su piedad.

Ezequiel, el tercero de sus seis hijos, asistió a la escuela pública, formó parte de la capilla de música del pueblo y sirvió a las monjas dominicas de monaguillo y sacristán. De 1861 a 1864 cursó latinidad con intención de ingresar en el noviciado misionero que los agustinos recoletos tenían en el vecino pueblo de Monteagudo, donde ya se encontraba su hermano Eustaquio. El 21 de septiembre de 1864 tomó el hábito religioso y al año siguiente pronunció los votos y el juramento de pasar a las misiones de Filipinas. Entre 1864 y 1871 completó su formación teológica y espiritual en los seminarios de la orden. El 2 de junio de 1871, a los 23 años de edad, recibió la ordenación sacerdotal en Manila.


Misionero y formador de misioneros, 1870-1888 

De 1872 a 1885 ejerció el ministerio sacerdotal en varias islas de Filipinas: Palawan (1872), Mindoro (1873-76) y Luzón (1876-85). Sus ocupaciones fueron las ordinarias de un párroco de la época: misa diaria, catequesis infantil, homilía dominical, atención a los enfermos, dirección de asociaciones católicas, etc. La catequesis, los enfermos y las correrías misionales por los campos de sus parroquias ocupaban su tiempo. En Palawan y Mindoro entró en relación con los infieles que todavía abundaban en amplias zonas de su geografía. Y en todas partes hacía frecuentes visitas a los cristianos diseminados por campos, ríos y sementeras, y desprovistos de servicios civiles y religiosos.

En 1885 volvió a España como prior del noviciado de Monteagudo. En él vivió tres años dedicado a la formación de los futuros misioneros. En sus pláticas a la comunidad torna una y otra vez sobre el culto litúrgico, las devociones populares, el aseo del templo y de los ornamentos sagrados, las ceremonias y el espíritu que debe nutrirlas. Privilegia a la oración mental y al oficio divino, pero de vez en cuando siente la necesidad de asociarse al pueblo y cantar con él las alabanzas del Señor. Saboreaba particularmente la Hora Santa del Jueves Santo, las primeras comuniones, las celebraciones de mayo y junio y otras funciones en honor del Sagrado Corazón y de la Virgen.

Su segunda preocupación fue la observancia regular. A ejemplo de san Pablo, veía en la ley un pedagogo insustituible, que señala al alma el camino que conduce a Cristo, la libra de falsos espejismos y le ahorra multitud de idas y venidas. Las constituciones, el ceremonial, el ritual, cualquier orden o precepto de los superiores suscitaban en su corazón reverencia y acatamiento, y como superior se sentía obligado a trasmitir a sus súbditos esos mismos sentimientos.

En estos años la comunidad era el centro de su vida, pero nunca la quiso aislada del mundo circunstante. Prestaba gustoso sus servicios a los párrocos vecinos, atendía a las comunidades religiosas de la comarca y en momentos de penuria se volcaba en ayuda de los necesitados. Durante la carestía de 1887 llegó a socorrer diariamente a unos 400 menesterosos. De ordinario eran más de trescientos los menesterosos que se acercaban diariamente a la puerta del convento en demanda de una comida regular (Juan Cruz Gómez, 28 enero 1897).


Restaurador de los agustinos recoletos en Colombia y vicario apostólico de Casanare, 1889-1896

A finales de 1888 Ezequiel cruza el océano con rumbo a Colombia, donde residirá hasta principios de 1906, en que la enfermedad le obligó a tornar a su patria. Este viaje divide su vida en dos grandes secciones. La primera, según queda apuntado, se asemeja a la de tantos religiosos y párrocos de la época. En la segunda adquiere relieve público y se convierte en símbolo de una causa. Actúa en ambientes más complejos y desempeña funciones más delicadas.

Hasta 1894 reside en Santafé de Bogotá, ocupado en la restauración de la antigua provincia agustino-recoleta de Colombia, reducida entonces a un minúsculo grupo de religiosos exclaustrados, dispersos por parroquias y capellanías y ayunos de espíritu corporativo. Simultáneamente desarrolla una intensa actividad apostólica y promueve la restauración de las misiones de Casanare, en decadencia desde los días de la Independencia (1810-21) y casi desamparadas durante los últimos cinco lustros. En 1893 la Santa Sede creaba el vicariato apostólico de Casanare y confiaba su administración al padre Ezequiel, a quien elevaba a la dignidad episcopal. Casanare se convertía así en el primer vicariato apostólico de Colombia y abría una nueva época en la historia de sus misiones.

Su permanencia en Casanare no llegó a dos años y durante varios meses se vio entorpecida por la guerra civil y los rumores de su traslado a la silla de Pasto. Sin embargo, recorrió todo su territorio y confeccionó un buen programa pastoral. Distribuyó a sus 16 misioneros en cuatro puntos: Arauca, al norte; Támara, en el centro; Orocué, al sur; y Chámeza, al oeste. Impulsó la catequesis y se interesó por los infieles guahibos y sálivas, para cuyos hijos preparó sendos orfanatos, organizó asociaciones católicas y, sobre todo, se empeñó en que la palabra de Dios volviera a resonar con regularidad en aquellos inmensos parajes.


Obispo de Pasto, 1896-1906

El 2 de diciembre de 1895 fue preconizado obispo de Pasto, pero hasta junio del año siguiente no pudo trasladarse a su destino. Fue un pastor vigilante, consciente de su responsabilidad y atento a las necesidades de sus ovejas, a las que supo alimentar con doctrina segura y abundante. Sus circulares, pastorales y opúsculos doctrinales, transparentes y transidos de fervor, eran buscados dentro y fuera de su diócesis, porque afrontaban los temas más candentes de cada momento y proponían una doctrina inspirada en los valores perennes del Evangelio. Su enfrentamiento con el liberalismo no es más que una simple manifestación de su celo pastoral. Veía en él un cuerpo de ideas y procedimientos contrarios al cristianismo y una voluntad explícita de desterrar a Cristo de la sociedad y de las almas. 

Sus ideas proceden de las encíclicas de Pío IX y León XIII, que conocía a la perfección, del magisterio de otros obispos y de prestigiosos moralistas, canonistas y tratadistas religiosos de la época. Pero la educación recibida, la tradición antirreligiosa del liberalismo colombiano y la virulencia antieclesiástica del gobierno de Ecuador, contiguo y en estrecha comunicación con su diócesis, le inclinaron a interpretar las orientaciones romanas en sentido restrictivo.

Giró varias visitas pastorales, llegando incluso a las regiones más inhóspitas de su vastísima diócesis (160.000 kms2). Promovió la creación de sendas prefecturas apostólicas en el Caquetá y Tumaco. Dio gran impulso a las misiones populares, al culto al Sagrado Corazón y, sobre todo, a la catequesis, a la que dedicó varias circulares y pastorales. En las visitas pastorales le gustaba presenciar la catequesis «sentado en cualquier asiento y a veces en el suelo». Otras veces la dirigía él mismo al aire libre y sentado sobre un tronco de árbol. A los párrocos les recordó la obligación de no omitir la homilía durante la misa del domingo ni la instrucción religiosa después de ella.

Visitaba semanalmente el hospital y el orfanato y, menos a menudo, la cárcel. De vez en cuando se sentaba en el confesionario. Las fiestas más solemnes y los domingos de adviento y cuaresma predicaba en la catedral. Siguió de cerca la formación de sus seminaristas y envió a dos de ellos a ampliar estudios en Roma. Con el clero, tanto secular como regular, estuvo siempre en buenas relaciones. Los ejercicios anuales solía celebrarlos en compañía del clero diocesano. No admitía acusación alguna contra sus sacerdotes que no estuviera sufragada por dos o más testigos.


Última enfermedad y muerte

San Ezequiel no fue mártir en sentido estricto. Pero sufrió penas y dolores de auténtico mártir. Su vida entera rezuma privaciones, sufrimientos, dolores físicos y morales. Y sus últimos meses fueron un martirio prolongado.

A finales de junio de 1905 advierte la presencia de unas llagas malignas en la nariz. Se siente débil, con la cabeza cargada y molestias en la boca. Pero durante meses conduce la vida de siempre. Se levanta a la misma hora, despacha los asuntos ordinarios y hasta piensa en la erección de una prefectura apostólica en Tumaco. A finales de octubre recibe con la máxima serenidad la confirmación de que el origen de todos sus males es un cáncer maligno: «Me he puesto en las manos de Dios. Él hará su santa voluntad».

El clero de la diócesis no compartió su indiferencia y le ordenó viajar a Barcelona, donde se esperaba que un célebre cirujano pudiera operarlo con éxito. Él acata la voluntad de su clero y el 18 de diciembre sale rumbo a Barcelona. Iba postrado, sin apetito y con dolores continuos. Sin embargo, no se le escapa un lamento y tiene ánimos para ir a despedirse de la Virgen de Las Lajas, ordenar a un diácono en el camino y celebrar misa todos los días.

El 10 de febrero llegaba a Madrid, pero tan desmejorado que los religiosos de su orden no le permitieron seguir a Barcelona. El 14 entraba en el quirófano de la clínica del Rosario, donde durante tres horas soportó horribles torturas «con heroísmo de santo y bienaventurado», sin una queja, sin un movimiento de protesta. Le extirparon las tumoraciones de las dos fosas nasales, el vómer y el hueso etmoides, todo lo cual exigió la resección completa de la nariz. Luego le rasparon el velo del paladar, el cielo de la boca y otros tejidos cancerosos. Varios de estos cortes y raspamientos los soportó en estado de plena conciencia, porque «la situación especial de su lesión» aconsejó la suspensión de la anestesia. Las mismas muestras de fortaleza dio en una segunda operación a que fue sometido el día 29 de marzo, así como en las cauterizaciones, raspamientos y amputaciones de los apéndices cárnicos que periódicamente se le reproducían en la boca.

Por desgracia estos tormentos no le devolvieron la salud y ni siquiera aliviaron sus dolores. Consciente de la proximidad de su fin, el 31 de mayo decide abandonar Madrid y viaja a Monteagudo para rendir su alma al Creador al lado de su amada Virgen del Camino: «voy a morirme al lado de mi madre». El 19 de agosto, tras ajustarse él mismo las ropas de la cama y con la mirada fija en el crucifijo, exhalaba su último suspiro.

El halo de santidad que le había rodeado de vivo creció con su muerte. En 1910 la autoridad diocesana abría en Pasto el proceso informativo sobre su vida y virtudes, que, tras más de sesenta años de estudio, habrían de conducir a su beatificación el 1 de noviembre de 1975 y a su canonización el 11 de octubre de 1992. Su cuerpo incorrupto se venera en la iglesia del convento de Monteagudo. 


Espiritualidad y apostolado

Su silueta humana y espiritual es clara y límpida, de contornos netos y bien delineados. Su vida describe una trayectoria rectilínea, sin apenas altibajos ni rodeos. Viaja de continente a continente, cambia de ocupación, varían las circunstancias, pero su espíritu permanece fiel a las mismas pautas. Dios y las almas son su horizonte vital, lo mismo mientras trabaja en las parroquias de Filipinas o en las misiones de Casanare que cuando le ponen al frente de una hacienda agrícola, de un noviciado o de una diócesis.

Estimaba la oración vocal y mental, a las que dedicaba de cinco a seis horas diarias, la penitencia corporal y la abnegación espiritual: ayunos, disciplinas, silencio, sumisión a la voluntad del superior. También nutrió una tierna devoción al Sagrado Corazón, a la Eucaristía y a la Virgen. A partir del año 1899, la devoción de los dolores internos del Sagrado Corazón confirió a su vida un tinte más penitente y abnegado.

Su profundo «sentido católico» le condujo a una inquebrantable fidelidad a la Iglesia. En todo momento buscó sus orientaciones y a ellas ajustó su conducta aun en momentos en que su experiencia podría dictarle otro modo de proceder.

San Ezequiel fue siempre un enamorado de la vida religiosa y amante de las tradiciones de su orden, con la que se sintió siempre plenamente identificado. Mantuvo relaciones cordiales con varias comunidades masculinas y femeninas, especialmente con capuchinos y betlemitas; en momentos difíciles salió en defensa de jesuitas y salesianos; en 1898 ofreció su diócesis a las comunidades expulsadas del Ecuador; y en 1904 fundó una congregación femenina dedicada «a la enseñanza de la doctrina cristiana a los ignorantes», y envió a sus primeras profesas a regentar escuelas en los pueblos más apartados de su diócesis.

Pero la niña de sus ojos fueron siempre las monjas de clausura. En su vida, desprendida de todo lo terreno, veía un perenne canto de alabanza al Señor, que dilataba su alma de alegría. Entre ellas encontró siempre almas gemelas, con quienes le era fácil dar rienda suelta a los afectos más profundos de su corazón.

Su concepción de la vida religiosa reservaba un papel importante al apostolado. Vida religiosa y apostolado, lejos de ser polos antitéticos, son realidades interdependientes, que reciben aliento y calor de un mismo núcleo. Sin el amor de Dios no hay ni apostolado ni vida común, ni retiro del mundo ni presencia eficaz en él, ni amor a las almas ni ascesis auténtica. El amor a Dios, nutrido con la oración y la penitencia, es el horno del que proceden esas otras llamas, que luego ascienden entrelazadas y se fortalecen mutuamente.

Ésa fue la espiritualidad que él vivió y transmitió a las almas. Durante toda su vida dedicó largas horas al sacramento de la penitencia y a la dirección espiritual. Rara vez se contentaba con reconciliar a los penitentes. De ordinario los animaba a emprender el camino de la perfección. En su ausencia, algunas almas le proponían por carta las dificultades que encontraban en su itinerario espiritual. Todavía se conservan más de 400 respuestas del santo, en que aparece como un director de almas dotado de sensibilidad religiosa, ciencia teológica y prudencia humana.


Al servicio de los enfermos

El paisaje biográfico de san Ezequiel está poblado de enfermos. A menudo le tocó vivir a su lado y siempre los llevó en su corazón. De niño renuncia a las vaquillas para no dejar solo a un compañero enfermo. En su última enfermedad, cuando las fuerzas apenas lo sostenían en pie, encuentra ánimos para confortar a los enfermos hospitalizados en la sala de pobres de la clínica en que él acaba de operarse. Entre ambas escenas corre toda una vida dedicada al servicio de la humanidad doliente.

Siempre está dispuesto a confesarlos, a aliviar sus dolores, a socorrerlos en sus necesidades materiales. Su solicitud brilla de modo especial en los viajes, en los que nunca se olvida de preguntar por los enfermos de la comarca, y en las epidemias que jalonan su vida. Se preocupa ante todo de sus almas. Si logra purificarlas con el sacramento de la penitencia, exulta y glorifica al Señor. Si tropieza con resistencias, sufre, se disciplina, alarga la oración y torna a insistir. Pero también tiene ojos para sus exigencias terrenas. Sabe que los enfermos tienen necesidad de compañía, de comprensión, de calor humano, de aliento… Participaba en su dolor y a menudo acertaba a amortiguarlo y aun a devolver el ánimo y la alegría de vivir tanto a los enfermos como a sus familiares.

Con el fin de perpetuar su servicio a los enfermos, el padre Sebastián López de Murga fundó en 1976 la Fundación San Ezequiel Moreno, «dedicada a visitar a los enfermos graves, especialmente a los de cáncer y a los más pobres, con el fin de llevarles consuelo, amistad y calor cristiano. […] Cuando el enfermo es muy pobre, la Fundación le ayuda con una suma mensual en efectivo». En 24 años de actividad ha visitado a un millón de enfermos y ha repartido entre ellos más de 400 millones de pesos y multitud de medicamentos, instrumentos de trabajo, sillas de ruedas y aparatos ortopédicos difíciles de conseguir en un país en que la seguridad social todavía está en pañales. Actualmente está establecida en 30 ciudades de Colombia. Para asegurar su futuro el mismo padre fundó el año 1996 una comunidad religiosa –agustinas recoletas de los enfermos- que tiene su sede en Bogotá.


Bibliografía

Cartas pastorales, circulares y otros escritos del ilmo Ezequiel Moreno, ed. de T. MINGUELLA, Madrid 1908; Epistolario del beato Ezequiel Moreno, ed. de A MARTÍNEZ CUESTA, Roma 1982; Obras completas. Vols. 1-4: Epistolario, Madrid 2006-2007; T. MINGUELLA, Biografía del Ilmo. fr. Ezequiel Moreno, Barcelona 1909; A. MARTÍNEZ CUESTA, Beato Ezequiel Moreno. El camino del deber, Roma 1975; IDEM, San Ezequiel Moreno, fraile, obispo y misionero, Madrid 1992. A. MARTÍNEZ CUESTA

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