
Nos encontramos a mitad de camino entre lo que algunos autores denominan religiosidad participativa —8-10 años— y religiosidad convivencial —10-12 años— (véase Pedro Chico González: Psicología religiosa del niño y del adolescente, Valladolid 1995). Antes de que concluya esta etapa, ya se pueden establecer ciertas diferencias entre las niñas y los niños, toda vez que aquellas entran en el periodo de la preadolescencia casi dos años antes.
Se puede afirmar que, en torno a los diez años, el niño toma conciencia de sí mismo en los principales aspectos de su vida, incluido el religioso; ciertamente que todavía estamos hablando de una religiosidad que es más activa que interiorizada. El entorno familiar continúa influyendo, pero cada vez pesa más el entorno social.
Al concluir estos años, el niño deja de ser niño para adentrarse en la etapa de la preadolescencia. Este periodo también es conocido como el de la Infancia Adulta.